domingo, 15 de enero de 2012

A propósito de la Violación


Comunicación a la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires.
CIDIF 13.11.2005

Por Mariano N. Castex

El tema sacude nuestro medio y el mismo debe ser tomado con cautela para no caer a través de los mass media y la consiguiente resonancia social en un factor innecesario de alarma o, lo que es peor, en motivo de exaltación histérica popular para denostar una institución esencial a la democracia republicana, como lo es la Justicia.
La violación es especie delictual que juntamente con la pedofilia, el exhibicionismo y el incesto integran la constelación genérica que se caracteriza por la agresión sexual, tema este que impera desgraciadamente en los tribunales de los países del primer mundo y en proceso de desarrollo, debido principalmente a su repercusión en el psiquismo de la víctima, su frecuencia, la reincidencia y la calidad de las víctimas. En países como Francia se consideraba en 2002 que el 20% de la población carcelaria estaba constituida por agresores sexuales, porcentual estimado sobre una población de institucionalizados de 51.961 –a 31 de diciembre de 1998-. Por otra parte casi la mitad de los juicios penales en trámite lo eran debido a crímenes sexuales, correspondiendo cerca de un 50% de estos últimos a delitos cometidos en medio intrafamiliar por un integrante o allegado al mismo.
La misma fuente gala, con excepción de los trastornos de personalidad, de la mono o politoxicofilia, no pareciera hallar diferencias estadísticas entre población normal y población psiquiátricamente enferma. En tal sentido sería por ende incorrecto atribuir a enfermos psiquiátricos bajo atención profesional una mayor proclividad hacia la comisión de tales tipos de delito. Siendo además cierto que las pruebas psicodiagnósticas, sean estas cuestionarios o proyectivas, no ofrecen garantía alguna para distinguir entre un agresor sexual y quien no lo es, por más que en medios como el nuestro, no pocos magistrados presionen en procura de ello, a la vez que forenses y peritos de parte manipulen resultados en procura de sus respectivas posiciones, olvidándose de señalar al tribunal investigador que no existe una perfil psicológico específico para un agresor sexual.
Estadísticas obtenidas en USA evidencian que sobre 100 casos de agresión sexual, el hombre es autor de 90, estando los adolescentes más y más implicados en la comisión de tales injustos, sobre todo cuanto se trata de violaciones grupales. La misma fuente estima que el 25% de las violaciones y entre el 40 y el 50% de otras agresiones sexuales son cometidos sobre niños, correspondiendo a las mujeres adultas víctimas de agresión sexual por un adolescente entre el 20 y el 30% restante.
Empero, en lo que respecta a la violación, como principio válido inicial, baste afirmar que un violador, más aún uno serial, no es una persona psíquicamente normal.
En 1979 autores como Groth delinean nuevas tipologías partiendo del método estadístico aplicado a los violadores tomados bajo custodia, en procura de identificar grupos de sujetos homogéneos, facilitando de tal modo una mejor comprensión de sus perfiles psicopsiquiátricos y asegurar de tal manera una mejor prevención contra la comisión de tales injustos. En tales clasificaciones factores como el alcoholismo, la toxicofilia, la psicosis, los trastornos orgánicos o la deficiencia mental, no aparecen como criterios de clasificación sino como factores que pueden influenciar sobre una conducta capaz de producir una violación. También se tiene en cuenta que modernas estadísticas señalan que solo un 10% de los violadores reúnen caracteres que permitan hablar en ellos de sadismo sexual, entendido ello en que la única fuente de excitación sexual en el agresor sea el sufrimiento de la víctima.
Knight, en 1990, distingue así cuatro grandes grupos de violadores:
> los oportunistas (los más indiferenciados con la normalidad y más afines con las personalidades antisociales)
> los iracundos (altamente conflictuados psicopsiquiátricamente hablando)
> los motivados sexualmente y
> los motivados vindicativos.
Empero, tal vez la clasificación tipológica más actualizada sea la que en lengua gala citan Bénézech y colaboradores, en donde se distinguen aquellos que:
> buscan compensación o reaseguro a su propia inseguridad (power reassurance rape);
> procuran afirmarse en un sentimiento de dominación (power assertive rape);
> se dejan arrastrar por la pasión de la ira, la cólera o la venganza (anger retaliatory rape) y finalmente
> se dejan arrastrar por un imaginario erótico violento de índole claramente sádico (anger excitation rape).
En lo primeros rige la duda sobre la propia virilidad y sus conductas son menos agresivas, más suaves, tendiendo siempre a tranquilizar a su víctima.
En los segundo hallamos por lo general, seres con inserción social satisfactoria, egocéntricos con una autoimagen anclada en la imagen de su propia "virilidad". Para ellos existe el derecho a imponerse a través de una agresión sexual en la víctima, como expresión de la dominancia y la superioridad masculina. Esto sujetos utilizan la violencia a efectos de aumentar la resistencia de la víctima, constituyendo este juego de dominio y sojuzgamiento con humillación, objeto de sus fantasmas sexuales.
En cuanto a quienes actúan arrastrados por la ira o la cólera, la agresión es brutal, impulsiva y espontánea, procurándose degradar y destruir a la víctima, por lo general no elegida sino al azar, como receptáculo del odio y el resentimiento que el violador siente hacia la mujer, receptáculo de sus pulsiones agresivas.
Finalmente, en lo que hace a la dimensión sádica, agrupa esta a los tipos de violación más agresivos y perversos, en donde las conductas se encuentran planificadas, siendo objeto de un ritual prolongado con erotización del maltrato infringido a la víctima. En las mismas se alían en consecuencia, el acto sexual con la extremada violencia. En base a la fantasía del agresor, se selecciona a la víctima, a los instrumentos de tortura, y se delinea una conducta en donde impera tanto la violencia corporal como psíquica. Se amedrenta y se aterroriza en procura de despertar en la sometida un sentimiento de desesperanza absoluta. Finalmente se puede ejecutar a esta última, para evitar el ser descubierto, y hasta guardar trofeos en memoria de tales hechos.
En cuanto a la reincidencia de estas conductas todas, autores europeos refieren un porcentual de entre un 20 a un 30% para aquellos violadores adultos con ingesta etílica desordenada inmediatamente antes del hecho o que hubieren cometido otros delitos con anterioridad en donde imperaba la violencia física. También aumenta la probabilidad de recidiva en la comisión de injustos similares, cuando se reiteran los delitos sexuales, o co existen antecedentes de comportamientos violentos previos o de períodos de encarcelamiento con los sometimientos habituales en instituciones supuestamente reeducativos como lo carcelarios o algunos institutos de minoridad.
Cabe acotar que, a poco que se analice esta tipología, toda ella agrupa en su seno a enfermos psíquicos, entendiéndose como tales a todos aquellos sujetos que requieren de una asistencia profesional por hallarse desbalanceados en sus funciones superiores, esencialmente afectivas, aún cuando lo cognitivo se encuentre indemne.
En el fondo siempre subyacen en todo violador, aún cuando sólo pueda inferirse ello, mecanismos que remiten a perturbaciones psico neuro endocrinas, que hoy en día señalan a gritos los exploradores de las modernas neurociencias contemporáneas, aún cuando no se desee escucharlos en no pocos tribunales del mundo. Para estos, en efecto, como los cultores de la doctrina de la creación opuestos al evolucionismo, todo violador es un psicópata cuya "maldad intrínseca se cura con encierro".
En cambio, para el suscrito, en quienes se acredita una conducta de violación y con frecuencia reiterada, se impone, en la medida de lo posible, un serio y riguroso tratamiento re educativo y a la vez preventivo, que no se limite a una mera declaración.
Todo ello no quita también el señalar que es en los niveles primarios y secundarios educativos, en donde se debe efectuar la mejor profilaxis y prevención a través de una educación sexual sana, con participación de los adultos padres y –sobre todo- en el seguimiento de los educandos con especialistas como los psicopedagogos, los psicólogos, los profesionales de la medicina y hasta las expertas en asistencia social, absolutamente indispensables estas últimas ya que suelen alcanzar medios y niveles sociales, donde otros profesionales no ingresan en absoluto.
No se podría terminar sin hacer hincapié una vez más en la importancia que en este rol formativo ciudadano tienen los medios, papel en donde debe predominar una información objetiva incluso sobre el mundo del quehacer del derecho, pilar esencial para una democracia.


Mariano N. Castex Doctor en Medicina y en Derecho Canónico Profesor en el Dto. de Derecho Penal (UBA)

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